martes, 20 de septiembre de 2011

Vocación

Aquella que posee quien no encuentra una razón lo suficientemente convincente como para callar a quienes preguntan por qué esa carrera. Sea cual sea y donde quiera que esté. Y eso es lo que hasta ayer había creído, pero me encontré con él.
No son muchas las asignaturas que convalidan a quienes comenzaron con el plan de medicina del ' 74. Sí suficientes para sentir que no parten de cero.
Eran tiempos difíciles los que vivieron aquellos que un día en las mismas sillas que yo se sentaron. No todos los bolsillos eran iguales y los de él no estaban especialmente llenos. Se encontraba cursando tercero de medicina, en las aulas a las que asistió Severo Ochoa como otros tantos, unos 50 años más tarde. Aulas que, según su temblorosa voz, se encontraban llenas de alumnos hasta tal punto que muchos de ellos llevaban en sus brazos y junto a sus apuntes, una silla plegable por si no encontraban sitio, que ,de hecho, era lo más usual.
Él no pudo continuar. Cambió el estudio por el trabajo. Los libros por el kiosko. Los compañeros por los clientes. Y créanle cuando dice que era la única opción. Nunca se casó, no tuvo hijos y, aparentemente, tan sólo regaló su historia en un cambio de hora a quienes tenía más cerca. Casualmente yo estaba ahí. Porque sí, a día de hoy, tras una merecida jubilación, ha decidido continuar su carrera. La misma que con infinita tristeza dejó hace décadas. La misma en la que ha pensado durante tantos y tantos años. La misma que engrandeció a los que un día fueron sus amigos. La misma que tanto añoró. La misma que parece haberle esperado durante tanto tiempo. La misma que ha vuelto a él. Porque ella es el gran amor de su vida y la mayor vocación de todas se encuentra en él.