Nació como una más hace hoy no tanto tiempo. Sobresalió más pronto aún. Creció sin mi consentimiento. Nunca deseó nada más allá de lo común. Quiso quedarse, ir y venir pero siempre quedarse. No lo di todo por ella pero decidí perder bastante. Intenté dejarla atrás. Y el tiempo fue su única autoridad, el mismo que la arrancó de mí, el que quiso que no soplase, que la guardase y, segundos después, la entregase. Ni él ni yo quisimos arrancarla de raíz. Hubiese dolido más que verla marchar.
Ahora yo estoy mejor sin ella y ella más feliz sin mí.